miércoles, 4 de mayo de 2016

Las apuestas de los amigos para ligar

Llevo cinco años sin escribir en este blog... han pasado muchas cosas desde entonces, pero hoy por casualidad he vuelto a entrar y he temido lo peor: volver a leer lo que escribí entonces y ver que todo era una sarta de gilipolleces. Debo decir que me he llevado una grata sorpresa mientras leía, porque he visto que no he cambiado tanto. Lo cual solo puede significar dos cosas: o sigo siendo igual de gilipollas, o no he envejecido tanto; las dos cosas a la vez no me aterran tanto...
Podría haberme dado cuenta antes, de que el blog era una herramienta de gran éxito hace cinco años, y a lo mejor ahora estaría escribiendo desde mi hamaca en las Bahamas.
Como todo esto empezó con las diferencias y similitudes entre España e Italia y no haré alusiones futbolísticas porque salgo perdiendo, seguiré contando una anécdota que me pasó hace poco con una amiga.

Entramos en un local de moda de la capital madrileña. No digo el nombre, pero vamos a ser realistas: hay cuatro en Madrid. La cuestión es que nos sentamos plácidamente a tomarnos una copa infinita (a ver si aprendemos los italianos que el hielo no es fruto de la imaginación) en la terraza, cuando nos damos cuenta de que tres chicos se acercan sigilosamente hacia donde estábamos. Hasta aquí todo correcto. Las tácticas clásicas... yo te miro, tu me miras... (por las risas que se oían hasta la entrada) y nosotras proseguimos tranquilamente con nuestra conversación tan trascendental, que no podría comentarla aquí, porque es física cuántica.

El caso es que ellos comienzan a hablar y me doy cuenta de que son italianos. Sicilianos concretamente. Su acento es peculiar y divertido. No les da tiempo ni a hablar de la serie A, ni del Palermo y focalizan la vista directamente hacia nosotras. Mi amiga y yo seguimos con nuestra conversación en un castellano clarísimo. Y ellos obvian, con mucha inocencia, pero poco acierto, que yo hable su idioma. Así que deciden recitar una sarta de piropos que me deleita el oído igual que un tenedor chirriando en un plato. Ahí me di cuenta de que la conversación trascendental que estábamos teniendo mi amiga y yo, era un juego de niños comparado con las "palabras" que soltaban ellos por esa boquita de piñón... "pues yo a la de amarillo la ponía... y a la de negro le hacía... imagínate como sería en la cama... la mataba a..." el resto lo dejo a vuestra pura imaginación. En un acto que roza los límites de la genialidad, uno de ellos que veía que yo miraba y sonreía, le dice al amigo: "¿Cuánto me das si le pido el teléfono y me lo da?" y el amigo contesta: 25 euros. "No no, venga, te doy 50!!"

Envalentonado y no consciente de donde se estaba metiendo, el italiano se acerca y me dice en español (si si, encima me lo dice en español) Ciao, qué tal estásssss? con esas eses que caracterizan a los italianos y esa particular apertura de boca en cada palabra que pronunciamos.
Y yo: muy bien y tú? Y me contesta: bieeeen. Me das tu teléfono?
Mi respuesta en un perfecto italiano de Roma, más que nunca: creo que no es buena idea darte mi teléfono, pero si quieres compartimos los 50 euros que has apostado con tu colega.
Y me dice: ¿Desde cuándo me estás escuchando? Pues desde el minuto 1 lógicamente.
Empieza a retroceder lentamente y vuelve a su sitio con sus amigos, que le preguntan con una sonrisa: ¿qué tal?
"es italiana"... y desaparecieron mágicamente en la noche madrileña.